La Purísima Concepción, última procesión del año cofrade onubense


La Virgen de la Inmaculada a su paso por la Calle Palacios / SERGIO BORRERO
Cada 8 de diciembre Huelva vive una intensa jornada cofrade en torno a las devociones marianas de sus hermandades. A los distintos besamanos y cultos que se producen por toda la capital, se le unió hace más de diez años una procesión gloriosa que ha sabido hacerse un sitio en la agenda cofrade del mes de diciembre. La patrona de España y de la diócesis procesionaría un año más por las calles del centro histórico de la ciudad en una fecha muy especial para la Hermandad, pues se cumplían 10 años de la bendición de la talla que gubiara Mario Ignacio Moya.
Pasaban las 17:00h cuando las puertas de la céntrica Parroquia de la Purísima Concepción se abrían. De su interior comenzaba a salir el cortejo que antecedería las andas procesionales de la Inmaculada. Tras la cruz alzada un grupo de alumnos del colegio María Inmaculada portaban cirios antecediendo a la bandera de su propio centro educativo y el simpecado de la hermandad. Tras éstos, representantes de distintas hermandades, destacando las corporaciones que comparten parroquia con la Hermandad de la Inmaculada. Entre ellas, procesionaba con bandera representativa escoltada por varas la incipiente Asociación Parroquial de la Virgen del Carmen.
Los sones de la Banda del Maestro Tejera ponían el broche de oro a una procesión clásica y que derrocha gusto pese a su corta edad
Hermanos de cirio antecedían al guión y libro de reglas de la hermandad, dando paso a la presidencia. Miembros del equipo de gobierno municipal así como una representación del ejercito de tierra acompañaron a la hermandad. Junto a Gracia González, eventual hermana mayor de la Hermandad, figuraban en la presidencia el párroco de la Concepción, D. Diego Capado; el alcalde de la ciudad, Gabriel Cruz; y el teniente coronel comandante militar de Huelva, Salvador Rosell.
La hermosa imagen procesional de la hermandad portaba su saya de salida bordada por Concha Caro y manto procesional celeste brocado en oro. Un encaje a modo de mantilla cubría sus sienes sobre las que se encontraba su corona de plata realizada por el taller de orfebrería San Juan. Pocas novedades presentó la procesión, destacando tan solo el cambio en el exorno floral y el atavío de la Virgen, labores que ahora desempeña el onubense Antonio Rivera.
A medida que caía la noche la procesión iba avanzando en busca de la plaza Niña y su encuentro con las Hermanas de la Cruz. Un momento destacable en todas las hermandades que visitan a las hermanitas y que se vuelve aun más especial debido a la advocación de la Inmaculada. Los sones de la Banda del Maestro Tejera ponían el broche de oro a una procesión clásica y que derrocha gusto pese a su corta edad. La llegada a la iglesia de la Esperanza y el reposado procesionar por las céntricas calles de la ciudad dejaron estampas de mucho sabor en la última procesión del año cofrade onubense.
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